viernes, 18 de diciembre de 2009

Lucas, sus recuerdos



Lucas siempre habla en pasado, pero cuando habla sus palabras no son más que él expresado por labios y lengua, y todo eso mojado en la taza del ahora. Lucas no recuerda, sino rememora. Celebra la llegada de una memoria olvidada, y así la vive de nuevo, en presente.

Muchos le recriminan que eso es vivir en el pasado. Entonces piensa todo lo contrario. Vivir en el pasado es vivir cumpliendo esa promesa de no volver a mirar atrás. De no poder celebrar tus aciertos ni tu fracasos.

Lucas rememoraba ese instante en el que el miedo y las ganas eran la misma cosa. Y se decidió, después de mucho mirar a los ojos, a coger tímidamente entre sus labios el labio inferior. Lo hizo delicadamente, casi sin querer y sin presionar apenas, simplemente sintiendo la tibieza de su carne más rojiza por primera vez. Y entonces, el nerviosismo o la pasión le llevó a coger esta vez su labio superior, sintiendo que su lengua se movía hacia sus dientes, tentándole, sabiendo que no podían echar detrás de ella cuando se volviese. Ella le mirada con alegría. Pero él sentía que entre los labios había un rechazo geométrico que les llevaba a una batalla constante por mantenerlos unidos, y entonces un juego de lenguas y mordiscos se colaban entre los labios para luchar contra el espacio vacío que les desconsolaba. Y empezaban los choques de nariz, y los pelos revueltos. Y las manos que no tenían donde posarse, buscando su sitio en un constante revoloteo apasionado. Luego hubo un beso en la mejilla, aunque nunca hubo un luego. Después el balance de daños. El pelo alborotado, el pringue de color del pintalabios, los ojos brillantes, la sonrisa de tonto, la lengua relamiendo el aire pesado que había quedado en la boca, y dos muertos.

Se preguntó si vivir en el pasado era recibir un beso a esas horas, en ese sitio, y de esos labios sin nombre. Como siempre, aborreció las preguntas, y se apresuró a buscar un final, para no tener que responder.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Lucas, sus conciertos de Ravel


Lucas estuvo como 3 horas viendo su nombre escrito en una hoja. Y eso le bastó para echarse 3 horas viajando por la memoria, lejos de la hoja, y su nombre. Nada lo mantenía en este mundo que tan poco le gusta. Solamente estaba sentado en el sofá de su apartamento, escuchando Ravel, pero sintiendo, viendo, soñando, viviendo, sufriendo, disfrutando y pisando charcos en otro tiempo y otros mundos.

A los 5 minutos de estar frente su nombre, Lucas salió a la noche de Paris, una noche cualquiera de esta ciudad en la que llueve durante 5 minutos, y lo empapa todo, y para, esperando a que Lucas salga y las gotas sigan cayendo para recordarle que el tiempo ahora se mide en gotas, y Lucas sale perseguido por su reflejo en los pequeños charcos de la calle, y persiguiendo reflejos extraños que no sabe muy bien si son de luz o de música.

Después de perderse, subirse a un metro cualquiera, y bajarse en Saint-Michel para buscar el consuelo del Sena, Lucas se decidió por la isla de la Cité, sentarse en la punta como un mascarón. Cruzó el Pont Neuf por la parte de la Rue Dauphine, y se dirigió hacia su rincón. Pero esta vez no lo encontró virgen como siempre. No reconoció su rostro, su nombre no lo conocía, puede que estuviese escuchando también a Ravel, puede que estuviese flotando entre el clarinete, la flauta y el piano por el vértice de la Isla de la Cité.

Lucas se acercó dando pasos llevando el tiempo delicado de la mano izquierda del piano. Al llegar al lado se sentó sin decir una palabra, y dirigió su mirada hacia el mismo punto donde descansaba la suya. Ella se giró, le miró con curiosidad y volvió a mirar hacia el Pont des Arts. En el momento en el que Ravel hizo sonar la flauta Lucas habló:

− ¿Ravel, o una soga con un cuello a un extremo y una piedra al otro para un final melodramático?

− Hasta hace un instante había una piedra que me tiraba hacia el fondo, pero Ravel acudió a tiempo.

− Hay que fastidiarse con la música. Tan a gusto que nadamos por nuestras aguas profundas, sintiendo que no hacemos pie, sintiendo que el agua nos roba el calor, y viene Ravel a sacarnos, tendernos aquí para broncearnos de luna y envolvernos con esta toalla de corcheas de piano.

− Ravel nunca defrauda, estoy de acuerdo, pero no creo que te sientas cómodo sin hacer pie. Piénsalo. Simplemente que solo hay una playa, sin bosque ni ciudad detrás, y un mar delante, esponjoso y profundo, y entonces nos metemos porque nos da miedo dejar nuestras pisadas en la arena. Tememos miedo a dibujar nosotros lo que hay debajo de nuestros pies, tenemos miedo a mirar atrás y ver que antes andábamos con pasos más cortos, o que había otras huellas que se cruzaban con las nuestras. Preferimos meternos, que el agua nos ponga en la suela del pie lo que ella desee, y ver lo mismo en todas las direcciones, ni antes, ni después ni ahora, todo un azul esponjoso y profundo, con olor a sal. Y por eso estamos aquí, y por eso Ravel…

− Sin embargo la arena nos quema.

− Y el agua nos roba el calor.

Lucas seguía mirando el Pont des Arts, y ella también. Pasaron un par de minutos en silencio, simplemente mirando, pero Lucas volvió a hablar.

− Una cosa está clara, preferimos la barca de Ravel. No dejamos huellas, pero no nos hundimos. Ahora solo falta una dirección, un sol que amanezca y se ponga, una estrella hacia la que remar.

− Creo que te equivocas de nuevo. Es cierto que preferimos la barca, pero cuando nos vemos solos en la barca remamos como locos hacia la playa. Es un ir y venir, nos asustamos de nuestro rastro, pero también de nosotros mismos, y buscamos la referencia de nuestras huellas. Pero ahora es diferente.

− Ravel nos acaba de subir a la barca, no entiendo por qué es diferente.

− Tú mismo lo acabas de decir, nos acaba de subir, a los dos. Estamos de nuevo en la barca, pero ahora somos dos. Y no buscamos la playa, nos dan igual los pasos dados. Y ya no buscamos una dirección, no queremos los remos. ¿Dónde quieres ir?

− Donde no tema mirar atrás.

− Cuando estás solo en la barca, el miedo a mirarte a ti mismo te hace volver como un loco. Ahora no todos los lados son iguales, no en todos los lados está la nada, no tienes por qué mirarte. Habrá un lado en el que me encontrarás. Ya no hace falta remar, ni volver, ni una dirección. La dirección era el Pont des Arts, y lo tienes aquí, los dos vinimos buscándolo. Ahora puedes mirar hacia donde quieras sin miedo, siempre voy a estar en un lado, siempre puedes volver a este lado. Deja que el agua nos lleve. El sol seguirá saliendo, y seguirá poniéndose, por encima de notros habrá muchas estrellas, y no tendremos que elegir ninguna, ni tampoco rechazar ninguna. Deja los remos.

Las gotas siguieron contando el tiempo.

− ¿Cómo te llamas?

− Y eso que importa, deja ya de buscar. Hemos llegado.

Lucas dejó los remos, el concierto de piano sonó durante 2 horas largas pero finalmente Lucas vio de nuevo su nombre en el papel. Los últimos acordes del concierto llegaban por última vez, pero este final era distinto. En la hoja no había el nombre que había escrito con agua blanca por todos los lados. Lucas no estaba solo, había otro nombre…

lunes, 30 de noviembre de 2009

Lucas, su invierno


Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas...

Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a tus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.
Pero ya no habrá tiempo de llorar.
ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón:

Hace frío sin ti,
pero se vive.

Roque Dalton

No sé bien que día es hoy, solo sé que te vi salir, y en 5 minutos perdí las letras para hablarte a vos.

Los Fabulosos Cadillacs

Lucas pensó lo segundo de lo primero. Y así, sin palabras, decidió poner lo primero y debajo lo segundo y no decir nada más al respecto, simplemente leer y sentir.

Llevaba ya unos días paseando por las calles de París con las orejas heladas. Empieza a percatarse de que esta ciudad es otra a la que conoció a su llegada. Por las calles, las gentes dejan en el aire una estela de vaho a su paso, cada una manchada de un calor y palabras ahogadas por el pensamiento mudo. En los arboles ni una hoja, ni un color. El sol sale a la noche, para que Lucas lea su librito antes de dormir, y durante el día no hay más que la luz de una noche de luna llena, detrás de las nubes. No cesa de llover, día sí, día también, pero esa lluvia tan Parisina que no sirve para otra cosa que dejar charcos donde reflejar el juego de luces de la noche. La chaqueta en el metro ya no molesta. Pero sobre todo porque habla de ti más que nunca. Una cosa no cambia, sigue sin ponerte nombre, cuando escribe, cuando te habla, siempre eres tú. Nunca un nombre. Me pregunto por qué…En fin, Lucas en estos tiempos se refugia en las cavas escuchando jazz, en casa enfriando infusiones, y si tiene que salir, se apresura en coger un crêpe de Nutella en las manos para mantenerlas calentitas. Lucas y el invierno…

P.D. Está lloviendo, pero yo no me voy a mojar…mis amigos me cubren cuando voy a llorar!

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Lucas, sus cosas de casa


En una noche melancólica de soledad en su piecita de Paris, Lucas decidió matar tanto dramatismo haciendo una lista de revelaciones de la vida en solitario. Lucas vive a base de revelaciones, y esas no se olvidan…

Número 1 – Sí, Lucas escribe número con letras delante del 1, que sin embargo lo escribe con cifras. No hay ninguna necesidad de escribir número, pero tampoco no hay ninguna necesidad de que tenga que numerarse la lista, ni tampoco no hay ninguna necesidad de que el sistema utilizado por Lucas tenga una explicación, y eso le gusta, y por eso lo hace, aunque esto ya podría considerarse una explicación. En fin, Lucas no le da tantas vueltas y empieza a escribir su primera revelación. Hay que comprar papel higiénico. Al cabo de unos días de frenesí culinario, con sus consecuentes picos y valles (no le hagáis que lo diga), Lucas se dio cuenta de que los rollos de papel higiénicos se agotan. Pero no solo eso, sino que también se agota el paquete de los rollos higiénicos. Es decir, que puede llegar el día en que no haya papel higiénico en la casa, y entonces tenga que recurrir a técnicas más rudimentarias (Lucas quedó contento al encontrar esta palabra), como las servilletas, o los pañuelos. Aquí Lucas remarca la deformación de la percepción humana, ya que todo ser humano da por hecho que el papel es estrecho pero largo, sin contemplar que una servilleta o un pañuelo tienen dimensiones equivalentes entre la anchura y la longitud. Pero aún así Lucas respira tranquilo, recuerda que en el examen psicotécnico que tuvo que superar para obtener el permiso de conducir probó que su percepción estaba a la perfección, y por tanto sería capaz de intuir donde terminaba el papel, aunque cuadrado. Después de esto experimentó la revelación anteriormente citada, de la cual se podría deducir una segunda revelación, casi matemática. 1 + 1, dicen que suman dos, si no compras papel higiénico, compra servilletas (mejor que el papel de cocina)…y crema hidratante.

Número 2 – En una casa hay muchas cosas calientes. Lucas hablaba sin bromas, y sin retorcidas relaciones con las personas que ahí vivían. Y es que los dedos de una persona son muy sensibles a estas cosas, pero aún así hay que ver. Esto es como un niño y una prohibición, es suficiente saber que una rejilla dentro de un horno quema, para que un dedo no controlado vaya a parar encima. Y eso a Lucas le produce un desconsuelo insoportable, que ni el agua fría logra calmar. Pero no es lo único. Un vaso de agua para una infusión calentado durante dos minutos y medio en un microondas Bluesky a potencia entre el 2 y el 3 quema, y quema muchísimo para los dedos. La estufa donde Lucas pone a calentar la toalla cando se mete en la ducha quema, pero lo peor es que no solamente quema dedos. Cuando se seca la espalda, se suele revolver a los lados, y es poco prudente permanecer cerca de la estufa, lo sabe por experiencia. Y no quiere extenderse demasiado hablando de los fuegos de la cocina, o de la comida recién hecha, las salpicaduras, o de las paellas y cacerolas utilizadas para tal fin. Pero sin duda, lo que más preocupaba a Lucas era el agua de los grifos. Sufre una dramática confusión crónica entre los lados de agua caliente y agua fría. El colofón es que en el inicio, momento fundamental en el proceso de empezar a dejar correr el agua, esta está siempre fría. Así que más de una vez la confianza le ha llevado a experimentar como se sienten las patas de gallo (también de gallina, pato y cualquier ave de corral utilizada en la cocina), cuando las meten en agua hirviendo. Y aún diría más. Lucas está convencido que los pollos son unos afortunados, ya que el agua normal, a los 100 gados centígrados utiliza toda la energía restante para cambiar de estado (líquido a gas), y de ahí no pasa. Pero esto no es así en las cañerías de agua corriente de Paris. El agua llega a temperaturas inimaginables que la física no podría explicar, pero si constatar. Sino que pregunten a sus manos...y pies (sí, en la ducha también pasa).

Número 3 – La ropa se ensucia, se tiene que lavar, y eso no es todo, también tender. Esta revelación le cambió la dinámica del vestuario a Lucas. En una vida familiar, su vestuario venía determinado principalmente por el tiempo meteorológico del momento. En una vida solitaria, esto no es así. Lucas constituye todas las mañanas su vestuario en razón a la economía de ropa (cuanta menos ropa, menos ropa sucia), y en función de las posibilidades de elección (de entre la ropa que está lavada, o en condiciones de darle un segundo uso). Y esto no es todo. Y es que en algún episodio de salpicaduras calientes, buscando el reguardo de la encimera, echando cuerpo a tierra, Lucas se ha encontrado más de una vez de cara a un tambor de lavadora con ropa lavada con casi un par de días de antelación. Hay que tender, además de lavar.

Número 4 – Comer ensucia. Lucas considera esta actividad como una de las más placenteras de la vida solitaria. No lo tiene muy claro, pero tiene la impresión de que los placeres casi siempre vienen en compañía, este puede que sea una excepción. Pero la cosa es que este placer es uno de los menos rentables de la vida cotidiana. Desayunas, comes, meriendas y cenas. La merienda es optativa, pero se tiene que contemplar. Pues bien, esto comporta: un tazón con un poso de leche achocolatada bastante feo, y con unos bordes llenos de pedacitos de cereales pegados y resecos, de muy difícil eliminación. Un ejército de paellas y cacerolas, cada una con su pringue, ya sea grasa, salsa, aceite que no se puede eliminar, y que no estén quemadas. Cubiertos como si hubiese comido el ejército de los Mil Hijos de San Luís, con sus correspondientes platos, y dos vasos, eso sí, pero porque no hay más. Una mesa llena de migas, gotas de aliño de ensalada, y algún despiste que aparece por debajo de las alas de los platos. Las tazas de café o/y infusión. Y una segunda capa para la cena. Además de esto, el suelo y el entorno de los fuegos de la cocina. Y que no se os escape todos los desperfectos ocasionados después a la impolutilidad del toilette.

Número 5 – El microondas es un arma de destrucción masiva. Lucas tiene calado a este aparato. Por una parte es uno de los causantes de la revelación número dos (en casa hay muchas cosas calientes), y eso le gusta poco. Pero es que además hay que ver lo que hace con una taza de café, o un plato de pasta con queso rallado por encima. De la taza de café, con un solo “puffff” (Lucas escribe esto con una implícita vocación onomatopeyística, aunque no diga que fue ese es sonido que escuchó), quitó todo el líquido que había en el interior y lo derramo por las 4 dimensiones que tiene un microondas en la caja donde se depositan los alimentos a calentar (ancho, largo, alto y entre las rendijas que hacen de rejilla de ventilación, dándole un aspecto a sangre saliendo de la nariz del microondas). Del queso de las pastas, obró un milagro…lo hizo desaparecer. Hay que decir que luego el techo del microondas tenía un aspecto bastante desolador. Después de estos acontecimientos, Lucas no ha tenido otra opción que precintar la zona (sólo ha puesto una pegatina en la puerta del microondas, pero es que le gusta exagerar), y calentar la comida como se ha hecho toda la vida…poniendo unas gafas delante de la lámpara, para condensar los rayos y que caliente allá donde caiga.

Número 6 – El despertador no sirve para nada. Lucas ya lo ha probado todo. Dos despertadores, uno a los 5 minutos de sonar el primero, pero los dos con repetición cada 2 minutos, con contraseña para desactivarlos y con el sonido más repelente que podía salir por el altavoz de un teléfono móvil. Pues bien, seguía abriendo el ojo con un móvil en cada mano, con el posterior salto acrobático, sacándose el pijama en el aire para caer en tierra desnudo, y solamente tener que meterse en la ducha y dejar que el agua hiciese lo que las alarmas no fueron capaces de hacer. Pero Lucas se resigna. De hecho, ya ha rechazado la idea de poner las alarmas como un par de horas antes de tener que levantarse previendo que se dormiría y a las dos horas se despertaría con los móviles en las manos, pero en hora. Ya ha tenido la revelación, y por fin es consciente de que no valen para nada, así que deposita toda su confianza en el sol que entra por la ventana, aunque últimamente se despierta con un móvil en una mano, otro en tierra y la otra mano tirando de la cortina. Está a punto de tener una séptima revelación, pero dejémoslo aquí de momento.

Era ya noche bien entrada, y Lucas se decidió finalmente por ir a la cama. Miró los móviles con desprecio, tendió la ropa de la lavadora, remojó todos los platos, y otros utensilios que quedaban por lavar, fue al baño después de una comprobación previa, se lavó las manos, se lavó los dientes y finalmente se acostó.

P.D. Lucas inició esto con una clara vocación pedagógica, así que espera que en los tiempos venideros se vaya completando la obra que empezó con las revelaciones propias de cada amigo que ha compartido estas líneas. Muchas gracias.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Lucas, la nueva Babel


Se ha hablado mucho sobre el mito de la Torre de Babel. Bueno, digo mito, pero ciertamente eso es lo que se discute. ¿Mito o realidad? Sea como sea, no queda nada de esta torre, en caso de que hubiese existido.

Lucas muchas veces soñaba, o pensaba, depende de la hora del día, con aquel lugar. Le gustaba creer que sí existió, imaginar tantas lenguas y culturas metidas en un mismo sitio. Que parado en una escalera de esa gran torre podría escuchar al mismo tiempo 5 o 6 lenguas, cada una con su melodía, sus expresiones y gestos. Algo que le fascinaba, encontrarse al medio de tantos sonidos, en un principio tan extraños, desconocidos y sin sentido, pero luego tan sugerentes, tan próximos y tan llenos de sentidos si los acompasaba con la obertura de los ojos de quienes hablaban.

Un día se dio cuenta que esa Torre de Babel que alguna vez, repito, en caso de haber existido, aspiraba a ascender hasta los cielos, existía en su mundo contemporáneo, y que lo pisaba cada día. Solo una gran diferencia, esta vez aspiraba a llegar a los profundidades de la tierra, quién sabe si a los infiernos (Lucas piensa que el infierno, en caso de existir, no es uno, sino varios, y que no tienen nada que ver con esas bestias rojas y cornudas, con rabo puntiagudo. Está convencido de que es mucho más parecido al desconsuelo de cocinar pasta y ver que no queda mozzarella, o ver en un cartel por la calle que Sonny Rollings tocó en Paris, y no se enteró, aunque no hubiese pagado tanto dinero por la entrada, y con este, ya son dos infiernos, por ejemplo.)

Vaya paréntesis que le vienen a Lucas, es casi tan caótico como sus ojos paseando por la memoria. Pero a lo que iba, Lucas pisaba a diario esa Nueva Babel, y un día cayó en la cuenta. Un día sintió esa cosa rara (parecida a cocinar pasta, y ver que no queda mozzarella, y mover un paquete de la nevera y ver que aparece una por detrás), esa alegría de descubrir que aquello que le venía a la cabeza tantas veces era una gran metáfora de una realidad bien cercana. El metro de Paris era la Nueva Babel, y Lucas pasaba más de una hora diaria en ese lugar.

Se dio cuenta ese día que llegó a su parada y vio que su piel era la extraña. Que lo que más escuchaba era criollo, también chino, a saber cuál de todos, italiano, alemán, inglés, japonés, español, catalán, ruso, árabe, por supuesto, y a saber cuantísimas lenguas que se le escapaban por el nombre, pero no se le escapaba que era todo otro mundo en sonidos. Alguna vez, también, escuchaba francés. Se dio cuenta que cada cara que veía, tenía unos ojos, una nariz, una boca, un bigote o barba (larga o apurada), unas cejas, pelo, pestañas que le contaban una historia fascinante. Sabía que para nada era como él lo pensaba, pero qué más da si no iba a contárselas a nadie. Las disfrutaba él mientras miraba rostros en el metro.

Y esa es otra de las cosas particulares de Lucas, otra de estas cosas que evidencian que disfruta de inventar historias de la gente, y que no quiere olvidarlas. La gente, en Babel (vamos a llamarle así, es bonito), mira sin interés a la gente, tan preocupados todos por girar los ojos hacia sí mismo y centrarse en sus pensamientos, preocupaciones, o alegrías (hay muchas más cosas en las que pensar, por supuesto). Por esto mismo, la gente se asusta cuando ve los ojos de Lucas posados en su cara. Nadie mira así en el metro. Pero Lucas no quiere olvidar las caras, le duele que sus historias sean historias sin rostro, por eso, aunque cada día invente centenares de historias, mira con los ojos salidos intentando que no se le pierda ese rostro, por si lo vuelve a ver, continuar la historia.

Hay tantas cosas en Babel que le llaman la atención a Lucas. Si no recuerdo mal, me contó que solo miraba la tele en el metro. Cuando cogía el primer vagón, como le gustaba hacer, miraba las televisiones del metro en las que el conductor mira si el hormigueo de gente por los límites de los vagones había terminado, para cerrar las puertas, y retomar el camino por los destinos de tantas personar. Dice que es la única televisión que no miente y que no quiere venderle nada.

Y otra excentricidad, dice que mira la luz de los tubos fluorescentes que hay por las cavernas negras de entre las estaciones. ¡A quién se le ocurre mirar la luz directamente! No me creo que no cieguen, como dice. Cuenta que son como los anuncios de antes de BMV, como esas luces largas y lentas que se ven cuando se conduce de noche.

Pero lo que más le extasiaba era pensar en una cifra, que un día se tomó la molestia de calcular. En Paris hay 14 líneas de metro, con 2 bises y dos desdoblamientos. Es decir, unas 16 líneas de metro. A esto se le tiene que sumar los 4 RER (Réseau Express Régional) que pasan por Paris Metropolitana. Suman un total de unas 20 líneas transversales de túneles por los bajos de Paris. A una media de 12 kilómetros, echando por lo bajo, cada línea, sale un total de 240 kilómetros de túneles. Pues bien, una vez tenemos este dato, podemos entender en parte porque se queda sin palabras cuando a Lucas le viene a la cabeza esto. Y es que las paredes de los túneles, por los dos lados, es un continuo mosaico de firmas, dibujos, amenazas, declaraciones universales, mensajes de amor...Esto significa que en Babel existe una biblia de 480 kilómetros de pintura a la brocha gorda o al espray.

Se prometió que algún día se dedicaría a recopilar estos textos en un gran libro, una gran historia. Sabe que es otra de esas promesas que nunca se van a cumplir, por eso se centra en pensar en el libro, vivir así de feliz, y no contarle estas cosas a nadie. Tal vez por eso, nadie sabe que Babel todavía existe.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Lucas, pero su amor, esa palabra...


Lucas se preguntaba qué era eso del amor. Sinceramente no tenía ni idea, pero tuvo algunas ideas que contempló y reflexionó largamente sentado en su sitio de siempre, donde las infusiones se enfrían y la música pasa como si no consumiera tiempo.

1. El amor es esa substancia que va de los teléfonos móviles a los ojos. No se puede ver, pero se nota. Los ojos pueden cerrarse y abrirse con total naturalidad, seguridad, elegancia, sensualidad, porque hay amor. Es como un ungüento para los ojos, como una capa en la retina a través de la cual se ve todo lo demás. ¿Y por qué va por los teléfonos móviles? Bueno, la verdad que Lucas tiene sus dudas con respecto a este punto, pero no puede dejar escapar el hecho de que siempre que ha visto a alguien llorando por las grutas del metro, llevaba un móvil en la oreja. Esperan que les llegue de nuevo, pero solo escuchan que les sigue comunicando el amor, excusas, palabras vacías, pero el amor sigue sin responder. Y sus ojos se derriten, su vista se deforma por las lágrimas, y su mundo, deformado a través de sus ojos, se va a pique.

2. El amor son las notas que salen del Saxo (con mayúscula, sí) de Stan Getz. Lucas no lo entiende demasiado bien, pero siente que amaría a cualquier chica que le dijera “te quiero” cuando suenan las notas de este saxo. Siempre había pensado que el amor era algo entre personas, una mucosidad, verde seguramente, que les pringa los labios desde el primer beso y les hace sentirse necesarios el uno para el otro. Pero escucha este saxo desde su rincón, y sí…siente esa viscosidad que se le antoja insoportable. Una constante en el amor es que se observa con terror la posibilidad de un fin, ya sea lejano o próximo. En el amor no cabe la noción del fin. Y esto le pone un mal cuerpo tremendo a Lucas sabiendo que el CD termina en 38 minutos y 58 segundo, y todavía peor, que Vivo Sonhando termina en 2 minutos y 54 segundos, y coge el teléfono, pero se da cuenta de que no tiene el número de Stan, y que además para qué…tampoco quiere palabras vacías. Le queda el consuelo de que se pueden dar una segunda oportunidad. Nunca se sabe si será lo mismo, pero no puede renunciar a ese Saxo.

3. Amor es eso que siente Lucas siempre al abrir el buzón cada mañana. Por un instante, cuando el buzón ya está abierto, se empeña en mirar solamente la parte de arriba, intuyendo si el fondo es blanco de sobre, o marrón del vacío. Amor es eso, imaginar, intuir un sobre en el fondo de su buzón. Si por alguna de estas casualidades de la vida que no busca comprender Lucas ve un blanco, o todavía mejor, una variación de marrón…quién sabe que será, se siente enamorado. Da igual que sea publicidad, una multa o un recibo del banco porque se ha quedado en números rojos. El fondo del buzón no es blanco, y siente que no cabe en su cuerpo. Eso es el amor, esa sensación de dicha, de fortuna abnegada a una ilusión, más que su realidad. Y es que el amor es una fuga de la realidad, ese estado en que da igual de cuanto sea la multa, porque Lucas tiene el buzón lleno y ya nada se lo va a estropear. Lástima que siempre toque mirar al fondo, y averiguar si eso es una multa, un recibo o una carta de amor, para luego volver a cerrarlo. De todos modos, sea lo que sea, ya no es amor…Pero Lucas tiene la suerte de que hay una carta que siempre viene pero nunca llega. Siempre la imagina…pobre, ¡está enamorado!

4. Amor es ese rayo de sol tímido que entra por la ventana de un tercer piso sin ascensor, en una calle estrecha, a la 11:32 de la mañana de un día de otoño cualquiera. Pensaréis que no puede ser que sea algo tan concreto. Preguntaros sino por qué “los labios más urgentes no tienen prisa dos segundos después”…Calamaro le dio la pista a Lucas. Y algo tan concreto como eso es ese rayo que es el amor. Paris es gris, en otoño siempre es gris. A veces llueve, a veces sopla viento, y a veces no hace nada, pero siempre gris y sin sol. Podría decirse que es como una vida sin amor. Lucas se acuesta triste por no haber visto el sol, y sin esperanzas de verlo al día siguiente. Y cuando más triste y desesperanzado se acuesta, aparece el sol para darle un beso de buenos días a las 11.32 de la mañana de un día cualquiera del otoño en un tercer piso sin ascensor en Paris. Esto es el amor, este rayo que viene para dejarle la miel en los labios, y desaparece, y Lucas se arranca la piel a trizas, hasta que vuelve a aparecer, y abre los ojos incrédulo, y lo disfruta como si nunca más tuviera que venir, pero el sol se va de nuevo y Lucas se da cuenta que se estabas engañando, que si no vuelve no va a poder vivir, y vive de la esperanza de que algún día vuelva a aparecer el sol…Desde hace algún tiempo Lucas no se despierta antes de las 11:35…espera el beso del sol.

5. Amor eres tú. Lucas no te llama porque tiene miedo de la voz del amor desde tan lejos, no sabe si va a sonar desde su móvil francés, y sobre todo tiene miedo de que la señal comunique y que sus ojos dejen de parpadear con esa esperanza melancólica que solo un enamorado en Paris puede experimentar. Se pasa el día escuchando este saxo que le recuerda tantísimo a ti, y tantas otras notas que una detrás de otra dibujan una melodía que es tan perfecta como el contorno de todo lo que dibujaron sus dedos en ti en su día, en ese día en que...Lucas baja todos los días esperando la carta, con el corazón en un puño. Pero muchas veces se deja el buzón por abrir para no saber nunca si está o no está, porque es mucho más bonito saber que la posibilidad existe, que el amor existe y que no tiene por qué comprobarlo, al fin y al cabo, hay una carta que va a venir, que ha venido, o que está viniendo, y eso significa que el fondo del buzón va a perder su color triste, y que Lucas ya no va a caber en sí. Pero sobre todo, todos los días duerme de lado, para dejar una mejilla hacia arriba para dejar que un beso pueda aterrizar a las 11:32 de la mañana, un día de otoño cualquiera…como ese último beso que le diste en una cama a esa hora confundido con un rayo de sol que se colaba entre las persianas, antes de marchar hasta quién sabe cuándo.

Lo peor o lo mejor de todo es que después de todas estas hipótesis, Lucas seguía sin saber cierto que era eso del amor, y puede que quizá eso le gustase más. Seguían acudiéndosele hipótesis como que amor es eso que te deja escribiendo hasta las 4 pasadas de la madrugada pensando en que es amor. Pero en fin. Si algo tiene de atractivo el amor para Lucas es que nunca podrá decir que es. Hay valientes que se creen que ya lo tienen…pobre de ellos. Lucas solo pudo sacar una conclusión válida de todo esto: era un caprichoso. Se desvivía por tener, por vivir, y por disfrutar algo que ni siquiera sabía cierto que es, pero ¿cómo dejarte escapar? Al fin y al cabo, amor…esa palabra…

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Lucas, sus conciertos en el metro



Después de encerrarse durante dos días y no encontrarse, salió. Pensaba que él estaba en sí mismo, y que solo mirándose y preguntándose se encontraría.

Llevaba dos días mirando una cara que no era suya, cada vez que miraba el contorno de sus labios aparecían otros que le gustaba dibujar, cada párpado, cada oreja que le aparecía ante su cara, que era de su cara, lo inventaba, lo cambiaba y así siempre andaba perdido. Hasta que salió, y se metió en este túnel del tiempo que es el metro de Paris.

Es el único lugar donde Lucas puede andar escuchando So What, mirar por la ventana y ver un trompetista, un contrabajo y un saxofonista tocando, y sentir que la trompeta que suena en el andén del metro es la que suena por su oreja, y de repente el tiempo se para, y se quita acojonado los auriculares, y escucha que sí, que realmente tocan So What…

Entonces Lucas se baja del metro, y deja correr un par de metros más mientras escucha la trompeta, el contrabajo y el saxofón, que poco tienen que ver con la trompeta, el contrabajo y el saxofón de Miles Davis, Paul Chambers y John Coltrane, pero que de repente le plantan una pared de cristal de cuarzo delante de sus orejas, y mientras la trompeta mueve todas las notas con su labio, el contrabajo llena de swing la caverna y el saxo hace sonar los hilillos de saliva por la caña vieja de su también viejo saxofón, Lucas se encuentra…

Se mira las manos, la punta de los zapatos y la punta de la nariz que llega a ver cuando se pone visco, y por primera vez ve la cara que no es la de los labios y las pestañas, sino que es la suya en su Paris. En esta ciudad que le cuesta tanto encontrar, y que por estas notas que escucha mientras deja pasar los metros (que no el tiempo) encuentra por fin.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Lucas, sus vueltas a la realidad



Lucas abandonó su rincón. Decidió arriesgar de nuevo su frágil equilibrio para encontrarse de nuevo con ese aroma que lo volvía del revés y que le dejaba la brújula dando vueltas sin norte, y sin arriba y abajo.

Sigue volviéndose loco por la idea de volver a esa nube para no saber dónde está, para sentir el vértigo de la elección, de qué será de esto y de él, y si el “qué será” importa ahora. Lucas sabe muy bien “que en un momento dado apagó la lámpara y que lo hizo porque decidió hacerlo en ese momento y no antes ni después, pero también sabe que la razón que lo decidió a apretar el interruptor no le venía de ningún cálculo matemático ni de ninguna razón fundacional sino que le nació de adentro, siendo adentro una noción particularmente incierta como sabe cualquiera que se enamora o juega al póker los sábados a la noche”. Y ese apagar la lámpara le dejo ese aroma congelado en las retinas, esa nube que ve cada vez que cierra los ojos y pierde la noción de tiempo, de lugar, de vida, y solo es esa mano que pasea trémula por los contornos de la nube estrecha y muy dulce en sus curvas algodonosas.

Lucas abandonó su rincón para perderse. Se perdió, nunca supo donde estuvo ciertamente, pero el aroma, la nube lo recogió. Perdió todo el equilibrio que le quedaba, todo el equilibrio que había conseguido acumular después de mascar fuerte los chicles al llegar la noche y sentarse a mirar su cara y la brújula. Se encontró de nuevo en su apartamento de Montmartre, amando irracionalmente esa falta de todo contacto con su realidad.

Supo que solo vivió mientras esa lámpara estuvo encendida. Mientras no llegaba a alcanzar nada, mientras todo era o no era por azares no que lograba comprender y que a veces le tocaban. Esta noche quiso mirarse otra vez al espejo, recuperar un poco de palaras claras, de pies en tierra, pero solo vio metáforas y relojes derretidos. Cerró los ojos al fin, pero veía la última luz que la lámpara le dio en los labios y se volvió a perder.
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Perderse mientras se come pescadito frito y salpicón, se arregla el mundo, se comen crepes de chocolate y caramelo, y se ríe de todo lo risible e irrisible, da ganas de no encontrarse nunca. Y en eso estoy…Me siento “suertudo” por conocer y disfrutar de vosotros. Gracias a esto que “algunos llamarán elección, y otros llamarán azar”, llegue hasta vosotros, pero espero que gracias a esto que “algunos llamarán determinación” nunca me vaya. Gracias…

martes, 3 de noviembre de 2009

Lucas, su sueño del revés



“No era pensar, me parece que ya te he dicho muchas veces que yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo”. E igual me pasa cuando duermo con el alma despierta o cuando ando por el día sin darme cuenta. Sé que es extraño, pero me siento tan poco dueño de mis pensamientos… Igual sueño de un lado que al despertarme lo sueño del revés, y con los ojos abiertos. Lo más curioso es que desde mi esquina, el tiempo es el que yo quiero. O el que alguien dentro de mi quiere, y yo le hago caso porqué al fin y al cabo no tengo voluntad sobre mí. En mi esquina suelo pasar poco más de minuto y medio, nunca me dejo o nunca me dejan más. Ahí viendo pasar esa tira de estupideces el tiempo se pone otro traje del que le cabe; se mete igual un biquini que me dura un tortazo de muerte que me destroza los huesos y al despertar me duele, pero igual se pone una chompa y me paso toda una noche con luz de luna por la ventana. Solo así uno puede escapar de sí mismo. Dejar de ser perseguido por sus estúpidas ideas que lo encierran dentro de una cáscara de nuez amarga. Pero de nuevo me voy al rincón mirando el fuego y descubro que no, que mi rincón es un hide donde uno se para a cazar escondido las ideas que no se atreve a pensar. “Ahora sé que persigo en vez de ser perseguido, que todo lo que está pasando en la vida son azares del cazador y no del animal acosado. Nadie puede saber qué es lo que persigo, pero es así, está ahí”, en absurdos textos sobre tantas cosas, en el librito de Cortázar, en la fille des cheveux de lin, en el humo de los cafés cremosos, en los “ríos metafísicos”, en el pequeño diablo que soy “que me agranda y me convierte en un absurdo viviente, en un cazador sin brazos y sin piernas, en una liebre que corre detrás de un tigre”. Al final uno ya no sabe dónde está, si vive en un minuto y medio o durante las 24 horas del día que le resbalan por todos lados. Si persigue, si es perseguido, si persigue ser perseguido, o si lo deja escapar todo y se deja atrapar por todo. Al final uno cierra los ojos y ve la verdad, que es “un tipo que se da de cara contra las paredes, y no se convence, y vuelve a empezar”.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Lucas



Una vez leí de no recuerdo quién que solo se podía escribir bien de lo que no se conocía. Me pareció en su momento una frase genial de un genio. Pero tiene su trampa. Solo se puede escribir bien de la que conoces pero no comprendes, de lo que conoces demasiado bien diría yo pero se te escapa de las manos. Y tantas vueltas le das, y tantas noches te vuelve que al final decides dibujarlo letra a letra para ver si poniéndolo en fila le sacas algún sentido. Y al final a veces funciona…otras no, pero en el intento queda un esbozo extraño donde se ve alguna nebulosa sugerente.



En fin, voy a empezar a escribir lo que no conozco, esto se va a convertir en la vida desconocida de un tal Lucas. No sé si lo conocéis, desde luego yo no. Y si lo conocéis, más vale que dejéis de leer, esto ya no tendría demasiado sentido.



¿Quién es? Supongo que uno de estos tipos que se quita la chaqueta por la noche para sentir el frasco con todo, de estos que es capaz de mentirse a él mismo, y lo que es mejor, engañarse inocentemente, que se pone un chicle en la boca cuando se va a dormir, sabiendo que en 5 minutos lo va a tener que echar. Un tipo de los que se empeñan a leer mientras anda, de los que se proponen cosas sabiendo que nunca las va a cumplir, sin ningún remordimiento. Un tipo curioso que un día decidió preguntarse qué hacía ahí donde estaba…y se quedó sin palabras, sin saber que responder. Pero se la sudó y siguió andando por la calle, sin chaqueta y con gotas de lluvia entre los párpados.


(seguirá)

viernes, 16 de octubre de 2009

Eres todo lo que siempre soñé



No sé si conocéis a Jorge Luís Borges, supongo que seguro, al menos de nombre. Pues bien, fue nada más que un genio (y como todos los genios, un tipo también algo controvertido), que hizo del cuento un género absoluto, donde todo podía ser tratado, y con una forma y estructura perfecta. Pues bien, entre los libritos de cuentos, a saber cual mejor, tiene uno titulado “El jardín de los senderos que se entrecruzan”, que toma el nombre de unos de sus relatos. En este volumen Borges decidió en su día publicar un relato titulado “Pierre Menard, autor del Quijote”

En este relato Pierre Menard, un poeta francés Simbolista, quiere ser Miguel de Cervantes, y escribir el Quijote. Para esto dedica su vida a ser Miguel de Cervantes, vivir su vida, empaparse de sus condiciones, pero nunca leyó las páginas del Quijote. Llegada su hora se puso manos a la obra, y escribió la novela, su novela, su Quijote. El resultado: los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Quijote, y un fragmento del capítulo veintidós quedaron idénticos a los escritos por Miguel de Cervantes, punto por punto, coma por coma.


Esta tarde, mientras comía a las 15 horas (esto es casi merendar para los franceses, por eso digo la hora, porque realmente es bastante prescindible) estaba viendo una película: Antes del atardecer. Se trata de la secuela de Antes del amanecer del mismo autor, gravada 9 años antes. Por cierto, el autor es Richard Linklater. Os la recomiendo un montón. Pues entre los diálogos de esta genial película me vino a la cabeza Pierre Menard. Sí, en uno de los diálogos más interesantes de toda la película oí esa frase que escribí en uno de mis primeros escritos que guardo con mucho cariño en un cuaderno de hojas blancas. Ahí estaba la frase escrita en los subtítulos de la película, pronunciada por los actores, escrita por el director, y sin saberlo escrita también un día entre bandazos del tren de cercanías camino a mi casa.


Ha sido un momento mágico. Otro momento mágico. Y de eso va la película, de momentos mágicos. Y de cómo no se pueden olvidar, por mucho que se intente, por mucho tiempo que pase. Hay cosas que no se olvidan. Una noche en la vida de Jesse y Celine, juntos, es el resorte que enciende en ellos quién sabe qué para que quede en ellos un vacio de amor que no encontraran en ninguna otra parte. Es un momento, evidentemente, en el que como dicen en la película, se pone tanto romanticismo que jamás se vuelve a sentir lo mismo. En fin, esa frase se quedará ahí: eres todo lo que soñé!

lunes, 12 de octubre de 2009

Donde empezó todo


Empiezo a escribir sentado enfrente del número 4 de la Rue Saint Julien Le Pauvre. Son las 7:30 de la tarde, y París es ya una ciudad teñida de amarillo tungsteno de las farolas. El cielo sigue con su lenta lluvia fina, que no moja, es como si simplemente quisiera humedecer los labios de los amantes, además de mojar las hojas de mi libreta que se hincha a puntitos de lluvia. A mi derecha, el Sena y Notre Dame, matizados por las casitas cerradas de los bouquinistes que hacen de la vista algo privilegiado. Del otro lado, la calle se cierra entre edificios estrechos, no muy altos, con muchas chimeneas y tejados de gato y luna. A mi espalda un pequeño jardín donde se encuentra, dicen, el árbol más antiguo de París, apuntalado con cemento. Al final de este jardín la iglesia de Saint Julien le Pauvre. En mis orejas Satie, fragmentos lejanos de conversaciones en francés y la melodía de las gotas al caer entre las hojas de los árboles. Llevo como 15 minutos sentado en la barandilla de este parque, enfrente del 4 de esta calle, y empiezo a sentir ya frío. Cada vez que sopla el viento me regala un arreón de gotas en la cabeza y en mis hojas.

Enfrente, en este número 4 que ya he citado un par de veces, se encuentra el Hotel Esmeralda. Nada suntuoso, más bien un poco atormentado…pero genial. Hoy no me atrevo, pero pronto pasaré a preguntar el precio de una noche. Si no es muy caro, algo aceptable, quiero pasar aquí una de mis noches parisinas como hoy. Quizás pueda ser…No hace tantos años por este escenario transcurría la vida de un tipo que buscaba, buscaba algo que poca gente ha encontrado. Transcurría la vida de un señor largo, enorme, y con barba. Justo por estas calles, en una de estas habitaciones de este hotel que bien se preocupaba de mantenerla en desorden, y por el París lluvioso pero sobrecogedor que esta misma tarde estoy viviendo.

Julio Cortázar escribió en este hotel que tengo enfrente las páginas de Rayuela. Miro las ventanas pensando por cuál asomaría sus manos desgarbadas con un cigarro entre los dedos, y su cara entre el humo para mirar el Sena y todo esto que todavía queda aquí. Posiblemente, por estos reflejos ocres pasaron los pies de Johnny, el protagonista de El Perseguidor, también los de Oliveira y la Maga en sus paseos distraídos, Berthe Trépat después de sus conciertos, etc.
Lo que daría por asomarme a una de estas ventanas. Bueno, lo he prometido. Voy a intentar pasar una noche aquí. Y más ahora…todo aquí tiene el juego de la Rayuela. Al hotel se entra después de cruzar dos puertas. Una se abre por la izquierda, la otra por la derecha: una de este lado, la otra ¡del lado de allá!

Después de un tiempo de deambular por la Quai de Saint Michel, llego al Pont des Arts. Casi solo en este punte, entre el Palacio del Louvre y la Academia Francesa. De un lado la isla de la Cité que parte el Sena en dos mitades y desde donde a media noche gustaba a Cortázar de sentarse en la punta como un mascarón y mirar los reflejos del rio. Del otro lado el Pont de Carrousel y un barco restaurante que pasa por debajo de mis pies. Y miro el puente a lo largo, paseando la vista a ras de los tablones, y busco esos pies tan esquivos…Aquí empezó todo, desde la habitación del Hotel Esmeralda Julio hizo andar a la Maga por este puente, asomándose tímidamente al Sena, esperando a Oliveira en este juego de azares que es una cita entre perdidos. Aquí, ahora, yo, esta vez sí completamente solo en el puente (la lluvia sigue haciendo de las suyas) miro de nuevo los tablones, pero no hay ningún pie. Quizá mañana, pero quién sabe, en este juego de azares nunca se sabe quién…

Siguiendo rio arriba, finalmente llego al Pont de la Concord. Por hoy mi deambular termina aquí. Bueno, a unos metros de aquí, donde me traga la boca de metro de la Place de la Concord, pero esto ahora vendrá. Ahora me encuentro entre la Place de la Concord y la Assamblée National, en el mismo puente. Parece otro de tantos de Paris, pero no lo es. Está mal desvelar secretos, estos secretos que cada uno tiene para disfrutar de lo que los demás no son capaces ni tan siquiera de ver. En este puente se encuentra el único punto de la ciudad donde te puedes sentar en la barandilla y dejar colgar los pies hacia el agua sin miedo, sin vértigos, y sentir el viento fresco que aprovecha el vacío del Canal del Sena para correr como no lo puede hacer por otra parte de París. Y sobre todo, es el único sitio de París desde donde se puede ver en una misma mirada el Louvre, el Orsay, Notre Dame, el Obelisco, la Place de la Concord, el Sena y el Sacre Coeur mientras cuelgas por encima del agua. Es genial. Un sitio mágico donde sentarse a no hacer nada, y a pensar en todo.

Bueno, ya me subo al metro y me quedo pensando en el paseo que acabo de hacer. Ha sido genial. Estos paseos suelen ser momentos para contar, pero no para compartir con cualquiera. No hay nada prohibido en mi mundo, pero cuidado no te vayas a enamorar…como casi diría sabina en una de sus canciones. Sería peligroso salir a compartir el tiempo espeso que se vive en estos lugares mágicos, a empaparse juntos las pestañas de esta lluvia que no cesa, y que nos moja los labios, echarse juntos las carreras para refugiarse de las gotas cuando aprietan, mirar casi por los mismos ojos tantas luces que nos rozan, helarnos la nariz y las manos por el mismo aire, y las mismas ráfagas que nos hacen acurrucarnos para atrapar el calor. Y las sonrisas y risas.
En todo caso seguiré buscando esos pies por el Pont des Arts…

miércoles, 7 de octubre de 2009

Lluvia lenta



5 de octubre de 2009, y escribo mientras afuera una lluvia lenta cae sobre las calles de París. Es bonito hasta con lluvia lenta, esa que solo te hace pensar en renuncias, esperas tristes, pero no…aquí la lluvia lenta simplemente te moja el pelo y te refresca la cara, y le da a las calles unos reflejos de agua geniales.


En fin, mi primera lluvia parisina como residente. Por otra parte esta ha sido una semana de progresos. El francés parece fluir poco a poco. Suele ser una lengua espesa, jaja. Las calles de Paris pierden un poco de su misterio y les crece esta familiaridad que hace de los paseos con un crêpe de chocolate en las manos un placer casi incomparable. Y los problemas burocráticos con los franceses poco a poco van pasando a un segundo plano.


Visité con Albert la zona de Pigalle, con el Molin Rouge, e infinitud de locales de cine X, de tiendas eróticas, etc. Algo variopinto, pero divertidísimo. La visita a la galería de objetos, juguetes y películas porno que vimos no tenía desperdicio. Parecía más un museo de objetos de castigo, que el centro del placer, no voy a entrar en detalles, jaja. Lo mejor de todo fueron las risas que te puedes echar por esta zona.



Tampoco quiero hacer de esto una colección de momentos, pero es que vivo a momentos. Se quedan metidos como espinas en un guante. Una cena entre el obelisco y la fuente de la plaza de la Concordia. El piano que suena algunas tardes y las mañanas de los festivos por la ventana de mi cama. Se ve que a mi vecino le gusta Beethoven, pero no se da cuenta que para llegar a Beethoven se tiene que haber pasado primero por Bach, por Mozart y por Schubert, preferiblemente, sino los dedos no corren más. Una Guiness en el Cooling (sí, ya sé que es irlandés, pero mola un sitio así en el boulevard Saint Germain), y lo que se siente cuando te entra poco a poco la cerveza mientras afuera cae una lenta lluvia. Es genial subir al metro y que no te miren como un extranjero, incluso que la gente se ponga a hablarte pensando que eres un francesito más. Es increíble estar sentado en una mesa rodeado de italianos, belgas, alemanes, ingleses, catalanes y valencianos, y que nos podamos hacer entender más o menos.
Escuchar el Canon de Pachelbel a 8 violines, 4 chelos y 2 contrabajos en el metro de Châtelet. Ir en un vagón de metro y darte cuenta que eres el único de piel blanca. Comerme la punta de la baguette que compro todas las mañanas antes de llegar a casa. Entrar a la boulangerie y que el dueño me reconozco, aunque no lo diga, sino que me lo hace saber con su sonrisa. Sentirme el amo de una casa y arreglar el toilette y el armario en 15 minutos después de 4 días de penurias, y sentirme además de propietario, un manitas. Tenerlo arreglado, el piso. Ver pelis en francés y entenderla plus o moins. Saber que vas a tener la oportunidad de ver a Lang Lang, a Pink Martini, a Madness, a Sony Rolling, a Chick Corea y tantos otros en una misma ciudad, pero eso sí, con mucho dinero…


La verdad que se puede contar bastante mejor, en el momento en que se vive hay que ver que intensas se pueden contar. Pero al dejarlas reposar pierden esa poesía que llevan encima. Prometo hacerlo más llevadero a la próxima.



“Hasta ese momento había creído que podía permitirse el lujo de recordar melancólicamente ciertas cosas, evocar a su hora y en la atmósfera adecuada determinadas historias, poniéndoles fin con la misma tranquilidad con que aplastaba el pucho en el cenicero. Pero al conocerte volví a sentir que ciertas remotas semejanzas condensaban bruscamente un falso parecido total, como si de su memoria aparentemente tan bien compartimentada se arrancara de golpe un ectoplasma capaz de habitar y completar otro cuerpo y otra cara, de mirarlo desde fuera con una mirada que él había creído reservada para siempre a los recuerdos”.


Au revoir

P.D. Carlos, el experimento todavía sigue pendiente!

viernes, 25 de septiembre de 2009

¿Encontraría...?


“París es un gran amor a ciegas, todos estamos perdidamente enamorados pero hay algo verde, una especie de musgo, qué sé yo.”
Empiezo a escribir sobre mis días en Paris. Parece una tontería pero tenía y tengo tantas ilusiones puestas en estas líneas. Espero tastas cosas de esta ciudad, de este momento de mi vida. Pero posiblemente espero demasiado, pronto saldré a buscarlo. De momento empiezo a escribir en medio de la espera.
Oliveira se fue de Paris con la Maga perdida quién sabe dónde. Yo vengo a Paris con la Maga perdida, y quién sabe dónde estoy yo. Tal vez esta no sea la mejor manera de encontrarse, ni la mejor ciudad. Es un sitio para perderse, para diluirse en una multitud, dejarte llevar, simplemente disfrutar si se puede. Oliveira se fue para buscar a la Maga, aunque nunca lo admitió, simplemente dijo que huía de él y de ella. Yo vengo para buscarla de nuevo, pero primero me tengo que encontrar a mí. Oliveira admitió por el contrario que su signo era buscar, buscar como lo hacía el Perseguidor, buscar quién sabe qué. Ahí estoy yo, buscando en Paris quién sabe qué, y quién sabe qué encontraré.
De momento he caído en Paris, sí, esta ciudad tan hablada y sobada y que me da la impresión que poca gente conoce. Esta ciudad donde cabe todo y todos. Esta ciudad donde hay 3 actitudes principales: la turista, que simplemente la pisa, la parisina, que simplemente la sufre, y la amante, que simplemente la vive. Espero (otra vez esperando) que la mía sea la tercera, aunque de momento la sufro…de pronto, el 16 de octubre empieza el primer gran festival de jazz de Paris :), buen momento para amar.
Una de las cosas más fascinantes de Paris son las caras. Hay muy poca gente que ande por estas calles mirando las caras y los ojos de la gente (y mucho menos los que llevan una sonrisa mientras andan así). Normalmente andan mirando el suelo o lo que les dice un mapa o una guía que deben mirar, cosas de pisar o sufrir la ciudad. Es impresionante ver todas las caras del mundo andar por una misma calle, todos los ojos, todos los estados de ánimo pasear por delante de tu cara. Y lo más impresionante de todo, que te puedes pasar la vida en una esquina mirando caras, y todas son nuevas…mires donde mires hay caras nuevas que no volveré a ver, pero que se quedan unos segundos jugando con tu imaginación, esa que no era capaz de imaginar esa cara que te pasa por delante y que de repente te parece tan agradable, tan juvenil, tan adorable, tan fea, tan difícil, o tan memorable…Caras de una ciudad, pero caras del mundo.
De Montmartre hablaré próximamente. Mi barrio si queréis llamarlo así. En una guía (dónde sinó), leí que en Montmartre se podía comprar y vender sexo en todas sus modalidades…jaja. Creo que es cierto, pero no es nada feo, ni descarado, ni poco sutil. Este “quartier” está lleno de sutilezas que dejan el comentario del sexo como una simple anécdota. De Montmartre os recomiendo encarecidamente la ventana del “toilette” de mi piso. O la ventana que tengo a mi izquierda cuando me acuesto en mi cama. Es impresionante ver parís a tus pies. Parece que vivo en una casita arriba de un árbol, y que abajo queda Paris. Todas esas luces, y tejados y chimeneas…entonces, cuando veo estas escenas, ya sea de día o de noche es cuando me viene a la cabeza esa frase de la peli de Amelie: ¿Cuántos orgasmos estarán teniendo lugar ahora mismo en Paris?...por algo dicen que es un lugar ideal para enamorados.
En fin, es imposible vivir en Paris sin amor. Y cuando digo amor digo amor y no tonterías de “enamorados”, o parejas que no se sabe si están enamorados o están cegados. Amor con mayúsculas del que la gente se avergüenza de hablar. De ese que todo el mundo dice tener y sentir y que nadie sabe cierto que es. Ese amor que no se encuentra. Ese amor que solo se tropieza con él, y con el que es difícil quedarse. Ese amor que es una tormenta, electrizante y que te empapa de lluvia, y que después se va y te quedas tiritando y sin ropa seca. Y solo hay una manera de salvarse de eso, acostarte con tu amor…
En Paris esto resurge por todos los lados, y te cala. Es complicado Paris, pero extasiante.
Por ahora deseo pocas cosas de esta ciudad, pero demasiado grandes creo yo (he dejado de esperar, ahora deseo :), desenvolverme mejor por aquí, y que haya tormenta. Y por supuesto que vengáis pronto a verme, sabéis de sobra que hay un sofá cama para dos, y dos colchonetas esperándoos. Y yo claro, yo también os espero.
Un abrazo y un beso sincero
Fernando Morant
¿Encontraría a la maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenido en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua.